Volvías a pertenecer a mi, volvías a elegirme para ser la mujer que preparará para ti los mejores desayunos hechos con amor y sorpresas inesperadas, para tomar el té de todas las tardes y los viernes por la noche y sábados olvidarnos de la rutina en copas de alcohol, para el domingo estábamos repuestos y salíamos a caminar por donde fuese que diera el sol, evitando aquel adiós. O así lo quise suponer.
Me tomabas de las manos y luego de caminar un poco parábamos en algún lugar y sin disimulación te explayaba cuan feliz me hacías, te miraba a ti y toda tu figura y me causabas la misma excitación como la primera vez que te vi, que te deseé. Para siempre tenerte en mi vida. También me gustaba ver tu expresión y tus ojos brillantes en cada puesta de frase, y a ti mi actitud.
Esperaba verte nuevamente llena de ilusiones y ganas de volver, para así quedarte en mi alma el resto de mis días.
Te esperé en donde acordábamos, fueron unos 15 minutos primeros, luego había pasado 1 hora, el sol de la tarde hacia que quisiese llorar de desesperación por no verte, es que hace mucho no solíamos encontrarnos y hoy por fin te esperaba, y sin embargo no solté lagrima alguna, camine esperando a tomar el colectivo cuando te cruce. Caminabas tan feliz y galán de la mano de otra jovencita, una chica nueva de esas que te gustan tanto por el olor de su piel, lo se, mi piel solía oler así también. Me sentí desecha, me hice cenizas como lo que siempre quede de tu vida, y por más que no tenias mi corazón en tus manos, sentí como desde adentro me lo rompías y lo mirabas indiferentemente rechazándolo sin culpa.
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